La pequeña localidad de Peniche, enclavada en el Atlántico al norte de Lisboa, es conocida ahora por ser uno de los refugios de surfistas del país vecino. También por su industria pesquera y por sus innumerables restaurantes para probar lo que ofrece el mar. Pero esta parte de tierra en mitad del océano, que parece una verruga de la nariz en el mapa de la Península Ibérica, contiene, por encima de todo, una porción esencial de la historia de Portugal. De su sufrimiento y su triunfo en tanto que democracia antifascista.
El antiguo penal de Peniche, que se asentó sobre una fortaleza del siglo XVI, fue empleado por la dictadura fascista del Estado Novo de Salazar para amontonar en su interior, pasando todo tipo de penurias, a más de 2.500 presos políticos opuestos al régimen del amigo de Franco. La Revolución de los Claveles, en abril de 1974, puso fin a esta situación terrorífica, contra la que luchaban asimismo numerosos vecinos de Peniche, y sus responsables rindieron cuentas ante la Justicia del nuevo sistema democrático portugués. Hoy, este fuerte es un museo sobre la Resistencia del pueblo luso frente a sus tiranos.

El fuerte impone por su construcción, al pie del mar. Conforme se accede a su interior, varias placas conmemoran la lucha antifascista de tantos y tantos ciudadanos de este país.
Los portugueses lo tienen claro, no rehuyen ni dan vueltas a un término, antifascista, por el que en España se crucifica en nuestros días a alguna opción política, como si fuera algo extremista o izquierdista, en una involución social digna de estudio. Y nada más lejos de la realidad: el antifascismo, y así lo entienden los portugueses -como tantos europeos- y por eso defienden su memoria y presumen de ella, no es sino la lucha por las libertades, la democracia y los derechos humanos que les habían sido arrebatados durante más de cuarenta años por Salazar.
Como en España…
La diferencia es que allí se organizó una revolución para derrocar a los tiranos, mientras que aquí por todos es sabido que el principal responsable de masacrar al pueblo murió en la cama, con todos los honores. Y hoy, además, tiene miles de seguidores desacomplejados que justifican su alzamiento a la par que cuestionan la legitimidad de la Segunda República y sus sucesivos gobiernos (haciendo lo propio con el actual ejecutivo de coalición, en este caso progresista).
Peniche no es lugar para la equidistancia. No hay dudas sobre quiénes estaban del lado del Pueblo, y quiénes estaban del lado de unos militares que mantenían a la ciudadanía oprimida desde los años treinta del siglo pasado.
Visita indispensable
El museo, modesto en su concepción, mantiene el interés y la dureza que consiste en utilizar parte de las propias instalaciones carcelarias. Se puede visitar la zona en la que los presos acudían a hablar con sus familiares, cuando a estos les dejaban.
Un paseo por su interior permite observar cómo se fue adaptando a las circunstancias la arquitectura del propio penal, primero empleando dependencias antiguas, donde se hacinaban los presos, y luego construyendo un conjunto siniestro de edificaciones que incluía los locutorios modernos, que son los que permite recorrer la visita.
De hecho, es posible ver, en este caso por fuera, la extensa zona de las celdas, construidas en edificios pintados de un blanco enfermo a partir de los sesenta, ya que antes los presos tuvieron que convivir hacinados en espacios reducidos de sus épocas anteriores. Y se pueden contemplar de primera mano enseres de los reos, material clandestino llamando a la rebelión -no hay que olvidar que durante estos decenios se produjeron distintas fugas, entre ellas una protagonizada por el veterano dirigente comunista Álvaro Cunhal- y conocerse la historia de apoyo y solidaridad del propio pueblo de Peniche, cuyos vecinos fueron a su vez espiados y acosados por las fuerzas salazaristas. Hasta que llegó el 25 de Abril.
España, un camino lento
En España se han plasmado algunos intentos de hacer lo propio, pero no se ha llegado tan lejos ni de forma uniforme, desde el Gobierno estatal. Existen proyectos como el de la Model, en Barcelona, la carcel de la Ranilla, en Sevilla, o lo que se puede extraer con visitar el antiguo solar de la cárcel de Pamplona/Iruñea. Pero queda mucho por hacer en cuestión de memoria democrática y en un país que fue testigo del asesinato premeditado y a sangre fría de toda la disidencia política del franquismo.